lunes, 4 de febrero de 2008

"En invierno se habla en voz baja", de Jorge Teillier





He pasado toda la tarde sin hacer nada, inmóvil en esta habitación que se halla frente a la huerta.

Estoy acodado en una mesa sobre la cual hay una jarra de greda y un vaso de vino a medio llenar.

Escucho el tictaqueo del reloj de péndulo. Me adormece ese tictaqueo, me adormecen los zumbidos de las alas de las moscas, el parloteo monótono del viento con los esqueletos de las ramas y de las hojas.

Me gustaría dormir.

Pero no he llegado a este pueblo a dormir. No, claro que no. Me desperezo y paseo por el cuarto. ¿Para qué habré venido? ¿No abandonaré nunca ese mal entendido sentimentalismo que me hace ir de un lado a otro? Sólo porque recibí una carta en la que me hablaban de la muerte de un amigo dejé la ciudad, para emprender un viaje aburridor, en un carro de tercera desde el que contemplé por centésima vez el paisaje que conozco de sobra enmarcado en los sucios vidrios de una ventanilla.

Y ahora estoy comprometido en una aventura absurda.

Miro hacia afuera. Qué ganas de ver algo que no fuera el esqueleto de los árboles, las rumas de leña, la llovizna desganada que empieza a caer, el humo arrastrándose con pereza por los tejados de las casas vecinas. Si pudiera siquiera dormir, mientras llega Teodoro.

En fin, es invierno, no puedo esperar ver otras cosas. Esto era también (llovizna desganada, esqueletos de arbustos, humo perezoso), lo que veía en el invierno del año pasado cuando estuve unas semanas en este pueblo, en esta misma casa, invitado por René, compañero de liceo en otro tiempo. Pero ahora René está muerto, me lo comunicó Teodoro –su primo. Encontraron su cuerpo destrozado en los rieles de la línea ferroviaria. Oficialmente se dictaminó que era un suicidio. Pero Teodoro me ha dicho que a su primo lo asesinaron por orden del Alcalde y el Teniente de Carabineros, cuyos robos de tierra a los mapuches y sus abusos de autoridad eran denunciados por René hasta en los diarios de la Capital. Teodoro quiere vengar a su primo. Apenas llegué me enteró de esta decisión.

"No se puede hacer nada, le dije. El asunto está terminado; ya lo hicieron pasar como suicidio después de la investigación legal. ¿Y cómo puedes tú probar que no fue suicidio, que en realidad a René lo llevaron a la Comisaría, lo golpearon hasta matarlo y después lo pusieron en la línea, para que el tren nocturno pasara sobre él? Sería inútil pedir una nueva investigación, las autoridades se protegen entre ellas, no van a castigar jamás al Alcalde ni al Teniente que son íntimos de tantos senadores y diputados de los partidos del gobierno. ¿Cuántos abusos no cometen desde hace años sin que les pase nada? ¿Qué ganó René con denunciarlos, con pelear contra ellos? Y otra cosa: yo creo que la mayor parte de la gente de este pueblo está más bien contenta por la muerte de René, tú lo sabes, para ellos era un agitador, un revoltoso que los molestaba mucho".

Pero Teodoro es porfiado. Lo veo en su mandíbula que se proyecta hacia adelante, en su frente estrecha que se frunce con rabia. Claro, él está de acuerdo conmigo, sería tonto pedir ayuda a las autoridades para castigar un crimen cometido por ellas mismas, y él no cree en los jueces ni en la policía. Pero está seguro de que a René lo asesinaron, sí, lo asesinaron don Gilberto, el Alcalde, y el Teniente Faúndez, y él –Teodoro– debe vengarlo.

–¿En qué forma?

Me explicó: la justicia debe hacérsela uno mismo. Entonces, como el Alcalde el domingo próximo irá a visitar a un compadre que tiene una hijuela a la salida del pueblo, se le esperará a la vuelta, de noche, para pegarle algunos tiros. Y por si vuelve acompañado, Teodoro lo aguardará con algunos amigos de René, con los que ya está de acuerdo.

Yo no hice comentario alguno: Teodoro no me entendería, sería inútil decirle que es una locura planear cosas de esa naturaleza. Sí, el muerto era mi amigo, me gustaría que lo vengaran, pero los riesgos de vengarlo de esa forma pesan tanto (para mí) como la amistad. El pobre René está encerrado, nadie puede resucitarlo, y yo estoy vivo y quiero vivir tranquilo.

Teodoro volverá pronto, y de nuevo me pedirá que lo acompañe en la aventura. Si me niego, no le va a parecer nada de bien. ¿Qué puedo hacer? En eso pienso, mientras el viento habla levemente con los esqueletos de los árboles, y las tablas sueltas de la casa chillan como ratones. Hace frío, pero me da flojera moverme, ir a encender la estufa. Me gustaría dormir. ¿Qué otra cosa puedo hacer mientras tanto? Porque es triste y fastidioso mirar hacia afuera, mirar la llovizna desganada, y es triste y fastidioso mirar mi cara sin afeitar en ese trozo sucio de espejo colgado en la muralla.

Hay que dormir.

Chirría la puerta. Me sacuden de los hombros, hasta que despierto por completo. Teodoro se saca la manta y el sombrero, chorreantes de agua, y los cuelga en la percha. "Había temporal por Dollinco", me dice. Luego me presenta a los dos hombres que lo acompañan. Uno es mapuche, viejo, pobremente vestido. El otro, un muchacho con trazas de gringo, medio rubio, con ojos como pedazos de loza verde.

Teodoro se enoja, porque no encendí la estufa. Lo dejo refunfuñar, pues no me interesa explicarle nada. Y mientras él va en busca de leña seca para hacer el fuego, el visitante con trazas de gringo saca una botella de aguardiente que traía bajo la manta, y tomamos unos tragos para calentar el cuerpo.

Después hablamos de René. Ellos eran muy amigos suyos, lo querían mucho: él los ayudó a salir de la cárcel en que los metió acusándolos de robo de ovejas un dueño de fundo.

Teodoro entra con una brazada de leña seca, y enciende la estufa. Luego trae unos tarros de sardina, cebollas en escabeche, pan y una botella de vino, que dispone para que cenemos.

Comemos en silencio, y después, de nuevo se empieza a hablar sobre René. Pienso que sería bueno verlo aquí, tomando un vaso de vino, pues era un buen muchacho, y me gustaba su manera de amar la gente y las cosas. Pero está muerto y es tan inútil hablar de la manera de vengarlo. Teodoro y sus amigos lo tienen todo planeado: cuando vuelva el Alcalde de la visita a la quinta de su compadre, lo esperarán para que no vea nunca más el pueblo. Y, por supuesto, yo, como buen amigo de René, estoy invitado a participar en la expedición ajusticiadora.

Me tiene sin cuidado que maten a quién quieran, pero no estoy dispuesto a acompañarlos. De este asunto sólo se puede esperar un mal fin, en cualquier sentido. El Alcalde es hombre de armas tomar o pueden descubrirnos, o puede venir acompañado. Y yo no sirvo para esta clase de cosas, aunque quizás me gustaría ser como el Alcalde, o como Llaulén, el mapuche que llegó aquí, y que (ahora recuerdo) tiene fama de cuatrero. Pero, claro, no debo decir lo que pienso de veras: quizás de qué serían capaces ellos. Mejor es hacer lo que hago: les digo que acepto participar en la venganza.

Terminamos de comer, ya se ha planeado en detalle el próximo suceso, y como ninguno es de muchas palabras, hace rato estamos callados, y estoy aburrido, porque se terminó el vino. Teodoro de pronto decide ir donde la Gladys, porque recién llegaron una "niñas" nuevas.

Decido no acompañarlos, aunque a ellos les parezca mal. Me quedaré aquí, pues necesito dormir, y no me interesa ir donde la Gladys, en donde sólo hay vino malo y mujeres feas y demasiado usadas.

Quedo solo, mirando la desganada llovizna, y las ramas quebradas por el viento norte que acaba de llegar. Termino de vaciar un resto de vino que quedaba en mi vaso, me miro la cara sin afeitar en el espejillo sucio y quebrado, y me conformo al pensar que mañana cuando todos estén aún durmiendo, partiré poco antes de la madrugada, en un tren de carga, abandonaré por fin este mal negocio, sin despedirme de Teodoro ni de ninguno de sus amigos.




Colaboración enviada a Teillier Aleph
por Ramón Díaz Eterovic.





* Publicado en la antología El nuevo cuento realista de Yerko Moretic y Carlos Orellana, el año 1962.

* Dollinco es un pueblo ubicado a 30 kilómetros de Lautaro, pueblo natal de Teillier, en la Región de la Araucanía, Chile.

© Notas de Juan Carlos Villavicencio




1 comentario:

F dijo...

tambien hay un cuanto escrito al alimon con pepe pardo, que ganó un premio en una revista en el perú.
"a travez de los escombros"