viernes, 26 de octubre de 2012

"El bar 'Unión'. Poesía, vino y nostalgia", de Ronnie Muñoz Martineaux






Ya restan pocos lugares en nuestra capital en que escritores, periodistas y otros bohemios puedan encontrar refugio para sus tertulias, nostalgias y sueños. Eso que se denomina el “progreso” y las desordenadas planificaciones urbanísticas se han encargado de sepultar restándole sus espacios a la encendida vida de bar. Con cuánta razón el poeta Rolando Cárdenas decía: “Amemos a nuestro bar que es nuestro segundo hogar”.

Un sitio que aún se mantiene incólume es el Bar “Unión” o donde “Wenche” en calle Nueva York 11, flanqueado por Ahumada y Bandera. Allí llegaban y lo siguen haciendo destacadas personalidades literarias, políticas y bohemios de pura cepa. Recuerdo haber compartido desde los años sesenta con amigos y escritores entrañables como Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, el notable magallánico; Mardoqueo Cáceres, Ramón Díaz Etérovic; Emilio Oviedo y los maestros Enrique Carvallo y Homero Julio, entre otros. Eran días de vino, poesía y nostalgia.



Un poco de historia

El dueño del lugar es Wenceslao Álvarez, cuyo padre también llamado “Don Wenche” tuvo otro bar en pleno centro y luego se trasladó a la calle Nueva York, muy cerca de la Bolsa y en un sitio de gran intensidad peatonal y comercial. Ahí, desde hace más de medio siglo “Don Wenche”, su primo Senén y un grupo de ágiles garzones que lo secundan, siembran las mesas de vinos crepitantes y tragos que rápidamente llevan a los parroquianos a la alegría e interminables conversaciones sobre arte, deporte, hípica y mitos donjuanescos.



Las chispeantes tertulias

Actualmente pasan por este legendario sitio destacados políticos, periodistas, “tangueros”, poetisas como Yolanda Lagos, viuda del magistral Juan Godoy; Stella Díaz Varín, “la terrible colorina”, y los poetas Mauricio Barrientos, José Ortiz Suárez, Jaime Quezada, Aristóteles España entre otros.

Otros habitúes infaltables son: doña Quenita y don Carlos Valdés, quien, siempre vestido de gris, fuma un eterno cigarro en el mostrador. La tarde y el vino pasan como las nubes y el mesón del Wenche parece una gran barca a la que se aferran marineros, soñadores, piratas y grumetes.



La poesía siempre

Es del caso recordar que aunados por una selección del periodista Carlos Olivares se publicó el libro Nueva York 11 en la década de los setenta; ahora apareció otra antología poética preparada por Ramón Díaz Etérovic, que reúne a más de una decena que han pasado por el emblemático bar.

Nunca falta un bohemio que evoca los versos consagrados al vino por el gran poeta persa Omar Khayan: “Nuestro tesoro, el vino/ nuestro templo, la taberna,/ nuestras mejores amigas, la sed y la embriaguez”. También al atardecer más de algún parroquiano canta un tango; los ojos se humedecen y las botellas iluminan el crepúsculo. Al final, don Wenche, avisa a los parroquianos y timoneles que el bar se cierra. Ante la voz del almirante se pide la última botella y vienen los abrazos y despedidas de esa gran cofradía de amigos y soñadores que deben regresar a los cotidiano, a morirse un poco entre las calles santiaguinas.











en Revista Literaria Rayentru Nº 24, 2005